Jason bajó del Buick. Gabardina, bufanda y el olor a cigarro impregnado a sus yemas. Tosió, no por la nicotina en sus organismo, sino como un tick psicólogico: sus pulmones sentían repulsión al otoño. Otro trauma de la Guerra.
Su naríz se enrojeció, sentía cómo el frío de Philadelphia demacraba las arrugas en su frente. Llevó la mano a la bolsa de su abrigo y tomó las llaves de su auto; pensó que podría encender el motor y sentarse frente al volante con la calefacción al máximo. Entonces, miró hacia la casa de madera y notó una silueta femenina a través de las cortinas, que se acomoda el cabello frente a un espejo. Jason caminó hacia la entrada, con el vaho incipiente que se escapaba de su boca, y la esperanza de una segunda oportunidad en sus brazos.
Tocó la puerta y recogió el periódico que anunciaba el triunfo de los Phillies en Toronto. Seguían un juego abajo en la Serie Mundial. Odiaba octubre, odiaba la manera en que el reloj lo encasillaba, estaba molesto cómo Holly se estaba inmiscuyendo en su vida, de nuevo. Pero la culpa no era del solsticio, ni de su soledad. Sino que estaba seguro, que una vida no bastaba para quererla, para amarla. Por eso había regresado, mejor dicho intentando estar a su lado. Ella no caía en un romanticismo infantil, ya era tarde para creer en cuentos de hadas. Ella necesitaba un amigo, se sentía muy sola desupués de que Rob la había abandonado, y Jason estaba ahí, con intenciones sentimentales que ella no tenía el valor en rechazar. Se escuchó el rechinar de una puerta, y Holly salió de su casa con un gorro verdiblanco. «Vamos, Eagles».
Jason fue hacia su auto, pero ella le tomó del hombro y negó con la cabeza. Irían a pie. Holly amaba el clima frío, tenía una sensación de seguridad: sabía que la ropa podía abrigarla. Amaba el olor de hojas secas, la decoración mórbida y naranja de Halloween, y sobretodo la luz opaca que se reflejaba en las aceras. Caminó con una sonrisa innata, automática. Caminó sin darse cuenta que para Jason, cada paso era calcinante --con la ironía climática que eso representa--.
—¿Estás bien?
—Sí, sólo que... Necesito un café.
—No seas exagerado, ¿te acuerdas cuando fuimos a Pawtucket a esquiar, en la escuela? —ella sonrió, Jason inclinó la cabeza y miró hacia abajo, trataba de evadir esta realidad— ¿Esto tiene que ver con... ya sabes?
—Todo tiene que ver con el Golfo. Tres años en el desierto, Holly. Tres años.
—Tres años que te esperé, Jason. No hace falta repetirlo.
Caminaron cuatro calles en silencio. Pensando en sus palabras; pensaban si existía el perdón, si había forma de traspolar sus sentimientos. Pensando en el hubiera, y en el jamás. Llegaron a un diner con recortes de revistas pegados sobre los vidrios: Lenny Dykstra, John Kruk y Darren Daulton. Jason pidió un cafe y atentó, miraba la forma en que Holly recorría con su ojos el menú.
—Tengo mucho miedo.
Holly dejó de divagar entre unos huevos a la "sunny side up" y unos hot cakes, tuvo un golpe en el estómago. No podía soportar la idea de ser dependiente de un hombre temoroso, de un hombre que tenía grandes repercusiones bélicas. No podía con su hijo, ni con Jason, ni con ella misma. Como reflejo le tomó la mano «Ya estás en casa».
—Por eso... no sabes qué miedo tengo cada vez que te veo. No sabes cómo odio cuando te inclinas a despedirte de mí en el coche. Tengo tanto miedo de perderte otra vez.
Holly clavo los ojos en la barbilla de Jason... no tenía el valor de mirarle los ojos. Quería decirle que el momento en que se fue a Khafji, no sólo destruyó su relación, sino su futuro...
Quería decirle que era muy tarde...
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2 years ago
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